Parece que son los jueves (con el fin de semana asomando por la puerta de la oficina) los que me inspiran a pensar en temas más filosóficos, alejados de lo cotidiano y de las tareas...
Aunque tengo que confesar que esta reflexión (por llamarla de alguna manera) viene de la mano de un cuento leído anoche, de un buen amigo mío (él sabe bien quién es) y ronda sobre la curiosa relación que él construye entre miopía y amor. Es sabido (y algo se ha hablado ya en este blog) que el amor tiene que ver mucho con la química pero esto va más allá de relaciones fisiológicas y se centra en emociones.
Cualquiera que sea miope entenderá la sensación que uno tiene cuando va por la calle sin gafas (cuantas más dioptrías más entendimiento, probablemente), todo lo cotidiano se vuelve extraño, de todo lo conocido emerge una cara nueva, la realidad se transforma. Y precisamente ESO tiene bastante parecido a la sensación que uno experimenta cuando de repente se enamora... todo cambia en tu vida, de repente las cosas cambian aunque son las de siempre... te vuelves miope de repente!
Algunos cínicos (no enamorados) pensarían que esto es una desgracia, que el amor atonta o te disminuye tu autonomía personal... a lo que yo respondo: "bendita dependencia, bendito atontamiento", o si no, ¿porque todos los humanos merecedores de ese calificativo nos enamoramos?
Como toda reflexion debiera de hacer, se me plantean más incógnitas sobre el amor y la miopía:
Cuando el amor se termina... ¿es que te han subido las dioptrías?
¿Son las gafas el instrumento necesario para no ir con cara de
"tonto enamorado" todo el dia?
o quizás ¿es la operación de miopía la metáfora adecuada para el divorcio?
y una personal: ¿Somos los miopes más enamoradizos?
Sei lá!!