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martes, 21 de agosto de 2012

32

Justo el 32 define el día de hoy. Prestémole un poco de atención.

Parece un número sin más, perdido entre una maraña de números. Que aún, próximo al "top ten" se mantiene cerca de nuestra atención se menciona y se habla de él de vez en cuando. Uno de sus momentos más duros fue cuando se quedó por los pelos fuera del casting de calendarios, fue un muy duro golpe, se alegró de que su amigo el 31 pudiera entrar como suplentey hacer algunas horas extras en almanaques, pero algo dentro le dolió, sabía que se le escapaba un tren importante. No obstante es el 32 es un número con carácter optimista y siente que por ahí un día de estos descubren que la Tierra se está yendo cada vez un poquito más "a la mierda" de la órbita al rededor del Sol y añaden un día al calendario, puede ser que ahí tenga un gran momento de fama, él no pierde la fe. En realidad, a parte del golpe del calendario, tampoco es que se pueda decir que es el típico número favorito de nadie, "¿cual es tu número de la suerte?" pregunta él, "Mmmm, siempre me gustó el 32" responde ella, y con cara de asombro el curioso sospecha y exclama, "¡qué rara eres!". Pues eso, no es de los famosos, pero como le gusta ver el lado positivo de las cosas, pretende centrarse en pensar que tampoco es un 376, perdido en medio de la más absoluta indiferencia humana, ni un 368.639 inexistente salvo que el azar, como el de este post, los rescate de su mundo de números perdidos. Me imagino al 32 como uno de esos números en ese mundo en el que aún se tienen la esperanza de llamar tu atención, cual pollito en nido, intentando hacer ruido y agitarse, para que tu ojos, como si fueran su alimento se posen en él y pudieran satisfacer su hambre efímera de fama.

Hoy colmaremos de alimento al 32. Ahí lo tienes, en medio del grupo de números medio perdido y hoy sonrojado por nuestra excesiva atención. Tiene en su CV sus dos cifras nada vulgares, un 3 y un 2, nada de repetir, que luego los otros números te hacen bromas con esas cosas (los número a veces son muy crueles), además son cifras serias y concisas, siempre cercanas al famoso y adorado número 1 y al misterioso número 0, no son vulgares 7, 8 ó 9 que viven en las afueras, no, son número nobles, de los que llevan los reyes y los importantes. Aunque no lo sepamos, los números también tienen estas cosas.

El orden no es una cosa trivial, el 32 tiene un algo especial que marca diferencias. Sus dos cifras marcan un orden decreciente, se escapa del orden normal, que lo haría vulgar y obvio (es en realidad lo que piensa nuestro protagonista del 23, aunque éste último piense diferente, claro), nuestro número favorito de hoy pudiera parecer que invita a una cuenta atrás 3-2-1-CERO!, que ninguno quiere asociar a temas funestos, aunque el inconsciente lo haga por nosotros cuando hablamos de edad y tiempo. Pero esa cuenta atrás se para, sí, se para justo para dejarte con suficiente espacio para poder mirar atrás y no ver el 0 tan cerca que te resople tras de ti, es un número que te da margen, que te hace pensar en el pasado más inmediato, en lo que dejaste justo tras tu última huella (ese 2 tras el 3), es un número que te deja intuir que dar un paso atrás en algún momento es siempre algo positivo si lo que viene después es un salto hacia el futuro, el futuro que dentro de 365 (este número sí que tuvo suerte) días te despedirá del 32 y te presentará al 33 (pobre, lo que tuvo que aguantar de pequeño) y te hará reflexionar de nuevo en que la vida sigue y que mirar adelante es siempre la mejor manera de intentar tropezar menos en esta vida.

Ese es el 32, y hoy es su día!

lunes, 5 de marzo de 2012

La sombra me persigue


Siento que la pena derivada de la muerte de mi padre me acompaña allá donde voy. Ahora no es tiempo para querer o no querer llevar esa pena, no hay elección posible. Por esto es que me viene la idea de "sombra" a estas líneas para representar lo que siento. Siempre conmigo, a cada paso, está ahí, la sombra, en cada intento de ubicarme en mi nueva situación, me recuerda lo ocurrido.

Sólo dejo de ver esta sombra cuando miro hacia el sol que ilumina mi existencia, mi “todavía” vida. Esta luz que quizá respresenta el futuro, o quizás el presente más actual del que me separé cuando todo ocurrió, ahora mismo me aturde y desorienta. Tal y como hace el sol al mirarlo directamente, me ciego sintiendo que todo lo que está a mi alrededor no puede ser abarcado.

La esperanza del que perdió la esperanza en la vida ajena debe volver, y volverá, al igual que mi propia sombra deberá volver a ser la mera proyección de mi pasos bajo el sol.

sábado, 27 de marzo de 2010

12:34

Decido escribir esto voluntariamente y sabiendo que seré tomado por un loco, pero no encuentro otra manera de sacarlo fuera. El juego que comencé con las 12:34 está cada vez más enraizado dentro de mi cabeza.

Este juego se inició hace ya bastante tiempo, debía ser niño por entonces. Viviendo fantasías de espías (prefería la KGB a la CIA) amenizaba mis paseos por la ciudad, mis viajes por monótonas carreteras o mis horas asomado en el balcón del tercero. Buscando mensajes crípticos en secuencias de números y letras ocupaba estos tiempos muertos. Cualquier sucesión numérica, cualquier acrónimo o listado de letras sin sentido aparente me bastaba: matrículas, carteles, relojes…

Fue precisamente un reloj, hace no sé exactamente cuánto tiempo, el que marcó las 12:34 y se disparó un: “Qué curioso: 1-2-3-4”. Este inocente pensamiento se convirtió en el detonante de este juego sin sentido, las 12:34 quedaron grabadas dentro de mí. Cada vez que miraba el reloj a esa hora captaba el guiño de complicidad que el tiempo me hacía. Es una relación personal.

No sé si es una hora propicia para que ocurran cosas, dado que está a media mañana y en plena actividad para cualquier persona con horarios normales, pero mi percepción me hacía notar una y otra vez en estos guiños recurrentes, grabándose a fuego en mi memoria. Cada vez que miraba el reloj a las 12:34 sus raíces se extendían un poco más por mi cabeza.

Eso sólo fue el principio, más tarde fui confirmando que muchos de los momentos más importantes de mi vida habían pasado en ese momento del día. Recuerdo que el día que leí mi Tesis Doctoral me dieron la nota a las 12:34. Tras exponer las conclusiones que tantos años me había costado deducir volvía a estar merced de las 12:34.

Mi boda se celebró, como muchas otras bodas a las 12, pero el momento del “Sí quiero” fue exactamente a las 12:34. Lo supe porque estuve colgado del reloj como vía de escape de una ceremonia religiosa que se me hacía eterna. En realidad ese momento de las 12:34 fueron una liberación para mí, se acababan los nervios y ese discurso paternalista infumable del párroco. Otro guiño más.

Pero uno de los hechos que más marcó esta obsesión fue el nacimiento de mi primer hijo, el cual, Cómo no!, nació a las 12:34 tras una madrugada y una mañana de sufrimiento para mi esposa. Este guiño tan emotivo y personal me llegó bien adentro.

Decidí que debía responder a este gran detalle que tenía conmigo, esa intimidad a la que habíamos llegado. Debía tomar partido en esta relación y fui a inscribir en el registro a mi primogénito a las 12:34. Incluso dejé pasar a alguna persona de la cola para que la inscripción fuera en ese momento exacto, recuerdo que mi corazón latía como si estuviera a punto de lanzarme al vacío desde un avión. Esta vez era yo quien mandaba el mensaje personal.

Me di cuenta, después, que mi vida en adelante se había ido convirtiendo en una rutina donde cada día giraba entorno a las 12:34. Antes de esta hora estoy pendiente donde me va a pillar, qué voy a estar haciendo, si ocurrirá algo especial, buscando nuevas señales, enviando nuevos mensajes, intentando ahondar esta intimidad. Después, a partir de las 12:34, el día se vuelve insulso y sin motivación, y pienso donde estaré a la mañana siguiente a esa hora.

Así me siento, vivo esclavo de este momento, el estrés diario ha dinamitado mis relaciones… pero no puedo dejarlo ahora, después de tanto esfuerzo, de tantos mensajes ocultos. Miles de afectuosos y desesperados consejos no calman estas obsesiones inconfesables. El miedo a ser considerado un loco enfermizo ha ocultado esto por años. Sé que no lo entenderéis pero aquí dejo este manuscrito por si a alguien le ha pasado lo mismo…

Hoy voy a mandar el mensaje definitivo, no puedo arriesgar a fallar por unos segundos, será en el metro, será en la estación que he ido buscando este último mes, será justo cuando aparezca por el agujero negro de las tinieblas, será a las 12:34

sábado, 8 de agosto de 2009

Los Libros Gastados (microrrelato)

Era una impresionante colección de libros clásicos que su abuelo había ido consiguiendo durante muchos años. La abuela le llamaba "la salita" pero no tenía nada que envidiarle a cualquier otra habitación de la casa. La pared forrada de estanterías y armarios de variados tamaños multiplicaba el espacio hasta un nivel insospechado.

Había preguntado alguna vez a su abuela porqué los libros de la biblioteca de la familia estaban tan desgastados y descoloridos. "No sé, hijo, la verdad es que tu abuelo ya los traía así" y añadió "Nunca le pregunté, eso eran cosas de tu abuelo". Parecía que nadie, a parte de él en estas largas vacaciones de verano en el pueblo, se había hecho en alto esa pregunta.

En realidad la incógnita era doble, porque tampoco se explicaba cómo un jornalero, reconvertido en el primer chófer del pueblo, había conseguido una biblioteca tan extensa, aunque fuera tan desgastada. No sabía muchos detalles del pasado, pero sí los fundamentales. La abuela le había contado algunos pasajes de la vida de entonces: "Los señoritos, a los que tu abuelo llevaba en el coche de Don Tomás, a veces le invitaban a las corridas en ferias. Tu abuelo era una persona muy querida".

Aunque el corazón le pedía resolver estas incógnitas, la cabeza le recordaba insistentemente la obligación de volver al libro de texto y sacarse de una maldita vez las condenadas matemáticas. Definitivamente él, como su abuelo, era más de letras.

Es posible que el tiempo, o su intuición, le contara al oído que "la salita" era fruto de la íntima amistad entre su abuelo y el librero y de cómo éste le vendía al costo los libros asolanados del escaparate. Pero de lo ya iba teniendo una idea clara es que esos libros, como su abuelo, aunque con piel ajada y castigada por el sol guardaban un tesoro dentro de ellos.