Las carreteras y los viajes en solitario dan que pensar. Si además uno está acompañado por buena música y con la mente activa por las recientes lecturas (la vida eterna, de Savater, que ya han influido post recientes) parece que las ideas fluyen.
Se me ocurrió pensar en la metáfora de la religión como un paraguas.
En muchos casos te protege frente a las agresiones de la vida, te acoge y minimiza el impacto de la vida, que muchas veces no es nada agradable.
De igual manera te protege la cabeza, pero normalmente no cubre todo, los pies se te suelen mojar, y el brazo que lo sujeta y la espalda también suelen acabar mojados. No cubre frente a los charcos, no protege de la lluvia con viento y si usas alguno "barato" date por vendido...
Estas son las ventajas, limitadas pero ventajas, te sueles mojar menos. ¿Pero y los inconvenientes?
Llevar el paraguas es cargar con cosas encima que normalmente estorban en la vida normal, que justo después de usarlo, es todavía más incómodo porque te moja cuando ya no llueve, que ensucia cuando llegas a casa, que no nos deja apreciar la belleza de los primeros rayos de sol que forman el arcoiris tras la tormenta o de los mismos rayos de la tormenta, que nos nos deja apreciar que somos vulnerables a la naturaleza.
¿No es mejor afrontar la lluvia (de la vida) que usar una defensa tan incompleta y con tantos inconvenientes?, o ¿porque no, pararse en un portal (de la vida) y reflexionar sobre las tormentas que nos acechan?
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