Decido escribir esto voluntariamente y sabiendo que seré tomado por un loco, pero no encuentro otra manera de sacarlo fuera. El juego que comencé con las 12:34 está cada vez más enraizado dentro de mi cabeza.
Este juego se inició hace ya bastante tiempo, debía ser niño por entonces. Viviendo fantasías de espías (prefería la KGB a la CIA) amenizaba mis paseos por la ciudad, mis viajes por monótonas carreteras o mis horas asomado en el balcón del tercero. Buscando mensajes crípticos en secuencias de números y letras ocupaba estos tiempos muertos. Cualquier sucesión numérica, cualquier acrónimo o listado de letras sin sentido aparente me bastaba: matrículas, carteles, relojes…
Fue precisamente un reloj, hace no sé exactamente cuánto tiempo, el que marcó las 12:34 y se disparó un: “Qué curioso: 1-2-3-4”. Este inocente pensamiento se convirtió en el detonante de este juego sin sentido, las 12:34 quedaron grabadas dentro de mí. Cada vez que miraba el reloj a esa hora captaba el guiño de complicidad que el tiempo me hacía. Es una relación personal.
No sé si es una hora propicia para que ocurran cosas, dado que está a media mañana y en plena actividad para cualquier persona con horarios normales, pero mi percepción me hacía notar una y otra vez en estos guiños recurrentes, grabándose a fuego en mi memoria. Cada vez que miraba el reloj a las 12:34 sus raíces se extendían un poco más por mi cabeza.
Eso sólo fue el principio, más tarde fui confirmando que muchos de los momentos más importantes de mi vida habían pasado en ese momento del día. Recuerdo que el día que leí mi Tesis Doctoral me dieron la nota a las 12:34. Tras exponer las conclusiones que tantos años me había costado deducir volvía a estar merced de las 12:34.
Mi boda se celebró, como muchas otras bodas a las 12, pero el momento del “Sí quiero” fue exactamente a las 12:34. Lo supe porque estuve colgado del reloj como vía de escape de una ceremonia religiosa que se me hacía eterna. En realidad ese momento de las 12:34 fueron una liberación para mí, se acababan los nervios y ese discurso paternalista infumable del párroco. Otro guiño más.
Pero uno de los hechos que más marcó esta obsesión fue el nacimiento de mi primer hijo, el cual, Cómo no!, nació a las 12:34 tras una madrugada y una mañana de sufrimiento para mi esposa. Este guiño tan emotivo y personal me llegó bien adentro.
Decidí que debía responder a este gran detalle que tenía conmigo, esa intimidad a la que habíamos llegado. Debía tomar partido en esta relación y fui a inscribir en el registro a mi primogénito a las 12:34. Incluso dejé pasar a alguna persona de la cola para que la inscripción fuera en ese momento exacto, recuerdo que mi corazón latía como si estuviera a punto de lanzarme al vacío desde un avión. Esta vez era yo quien mandaba el mensaje personal.
Me di cuenta, después, que mi vida en adelante se había ido convirtiendo en una rutina donde cada día giraba entorno a las 12:34. Antes de esta hora estoy pendiente donde me va a pillar, qué voy a estar haciendo, si ocurrirá algo especial, buscando nuevas señales, enviando nuevos mensajes, intentando ahondar esta intimidad. Después, a partir de las 12:34, el día se vuelve insulso y sin motivación, y pienso donde estaré a la mañana siguiente a esa hora.
Así me siento, vivo esclavo de este momento, el estrés diario ha dinamitado mis relaciones… pero no puedo dejarlo ahora, después de tanto esfuerzo, de tantos mensajes ocultos. Miles de afectuosos y desesperados consejos no calman estas obsesiones inconfesables. El miedo a ser considerado un loco enfermizo ha ocultado esto por años. Sé que no lo entenderéis pero aquí dejo este manuscrito por si a alguien le ha pasado lo mismo…
Hoy voy a mandar el mensaje definitivo, no puedo arriesgar a fallar por unos segundos, será en el metro, será en la estación que he ido buscando este último mes, será justo cuando aparezca por el agujero negro de las tinieblas, será a las 12:34
Este juego se inició hace ya bastante tiempo, debía ser niño por entonces. Viviendo fantasías de espías (prefería la KGB a la CIA) amenizaba mis paseos por la ciudad, mis viajes por monótonas carreteras o mis horas asomado en el balcón del tercero. Buscando mensajes crípticos en secuencias de números y letras ocupaba estos tiempos muertos. Cualquier sucesión numérica, cualquier acrónimo o listado de letras sin sentido aparente me bastaba: matrículas, carteles, relojes…
Fue precisamente un reloj, hace no sé exactamente cuánto tiempo, el que marcó las 12:34 y se disparó un: “Qué curioso: 1-2-3-4”. Este inocente pensamiento se convirtió en el detonante de este juego sin sentido, las 12:34 quedaron grabadas dentro de mí. Cada vez que miraba el reloj a esa hora captaba el guiño de complicidad que el tiempo me hacía. Es una relación personal.
No sé si es una hora propicia para que ocurran cosas, dado que está a media mañana y en plena actividad para cualquier persona con horarios normales, pero mi percepción me hacía notar una y otra vez en estos guiños recurrentes, grabándose a fuego en mi memoria. Cada vez que miraba el reloj a las 12:34 sus raíces se extendían un poco más por mi cabeza.
Eso sólo fue el principio, más tarde fui confirmando que muchos de los momentos más importantes de mi vida habían pasado en ese momento del día. Recuerdo que el día que leí mi Tesis Doctoral me dieron la nota a las 12:34. Tras exponer las conclusiones que tantos años me había costado deducir volvía a estar merced de las 12:34.
Mi boda se celebró, como muchas otras bodas a las 12, pero el momento del “Sí quiero” fue exactamente a las 12:34. Lo supe porque estuve colgado del reloj como vía de escape de una ceremonia religiosa que se me hacía eterna. En realidad ese momento de las 12:34 fueron una liberación para mí, se acababan los nervios y ese discurso paternalista infumable del párroco. Otro guiño más.
Pero uno de los hechos que más marcó esta obsesión fue el nacimiento de mi primer hijo, el cual, Cómo no!, nació a las 12:34 tras una madrugada y una mañana de sufrimiento para mi esposa. Este guiño tan emotivo y personal me llegó bien adentro.
Decidí que debía responder a este gran detalle que tenía conmigo, esa intimidad a la que habíamos llegado. Debía tomar partido en esta relación y fui a inscribir en el registro a mi primogénito a las 12:34. Incluso dejé pasar a alguna persona de la cola para que la inscripción fuera en ese momento exacto, recuerdo que mi corazón latía como si estuviera a punto de lanzarme al vacío desde un avión. Esta vez era yo quien mandaba el mensaje personal.
Me di cuenta, después, que mi vida en adelante se había ido convirtiendo en una rutina donde cada día giraba entorno a las 12:34. Antes de esta hora estoy pendiente donde me va a pillar, qué voy a estar haciendo, si ocurrirá algo especial, buscando nuevas señales, enviando nuevos mensajes, intentando ahondar esta intimidad. Después, a partir de las 12:34, el día se vuelve insulso y sin motivación, y pienso donde estaré a la mañana siguiente a esa hora.
Así me siento, vivo esclavo de este momento, el estrés diario ha dinamitado mis relaciones… pero no puedo dejarlo ahora, después de tanto esfuerzo, de tantos mensajes ocultos. Miles de afectuosos y desesperados consejos no calman estas obsesiones inconfesables. El miedo a ser considerado un loco enfermizo ha ocultado esto por años. Sé que no lo entenderéis pero aquí dejo este manuscrito por si a alguien le ha pasado lo mismo…
Hoy voy a mandar el mensaje definitivo, no puedo arriesgar a fallar por unos segundos, será en el metro, será en la estación que he ido buscando este último mes, será justo cuando aparezca por el agujero negro de las tinieblas, será a las 12:34